lunes, 20 de agosto de 2012

Efecto Mozart


Música y Aprendizaje

El Efecto Mozart es uno de los temas sobre educación que más llamala atención de maestros, padres y publicaciones especializadas en música. Este término ha servido para renovar y darle un nuevo interés al aprendizaje de música clásica y ha merecido gran atención en el campodel desarrollo infantil.
Si bien tiene sus orígenes en los trabajos de Tomatis, el Efecto Mozart es producto de la investigación del equipo de trabajo de los doctoresFrancis Rauscher y Gordon L. Shaw, con sus colegas de la Universidad de California en Irving. Estos investigadores estudiaron la conexión que existe entre la música y el aprendizaje. Su trabajo se inserta en una creciente línea de investigaciones sobre el desarrollo del cerebro humano, que demuestra que los niños nacen con 100 billones de neuronas o células nerviosas desconectadas o sueltas.
Durante el primer año de vida, los sonidos y la música juegan un rol sumamente importante en su evolución intelectual y emocional. Cada experiencia del bebé, como ver la sonrisa de su madre o escuchar una charla entre sus padres, fortalece y forja la unión entre estas células. Aquellas partes del cerebro que no son usadas, tienden a atrofiarse. Por esta razón, las primeras experiencias de un niño, pueden ayudar a determinar cómo será cuando crezca. Algunos investigadores creen que el aprendizaje con música podría ser una de las experiencias que actúan de manera favorable, para que estas conexiones del cerebro se realicen.
Si bien los adultos normalmente tienen la capacidad de escuchar como una actividad única, para los bebés no es frecuente que hagan otras cosas mientras escuchan música. Es precisamente éste el momento en que los padres deben aprovechar para estimular los músculos de su hijo. Pueden tomarle en los brazos para aplaudir, o estirar y recoger sus piernas, siguiendo los ritmos musicales de Mozart.
Diversos estudios de psicología han observado que niños en edad preescolar exhiben espontáneamente comportamientos musicales, utilizando la música en sus juegos e integrándola como parte de su comunicación. Los niños tienen la capacidad de apreciar la música y expresarse ellos mismos musicalmente a una temprana edad, antes que los factores culturales influyan fuertemente.
Estudios recientes han revelado que las capacidades musicales ya se encuentran en neonatos. Desde el momento en que el niño está en el útero puede hacérsele escuchar música, ya que el oído está completamente operacional a partir del cuarto mes de gestación y lo hace a través de vibraciones.

El trabajo de Campbell

En los últimos años, estos conocimientos han salido de los ámbitos académicos, encontrando muchos entusiastas del Efecto Mozart entre los padres. El responsable de ello es Don Campbell, un musicólogo de California que, tras investigar durante años los efectos de la música sobre el cuerpo y el espíritu, publicó en 1997 el libro El efecto Mozart: Aprovechar el poder de la música para curar el cuerpo, reforzar la mente y desatar el espíritu creativo. Esta obra se basa fundamentalmente en los estudios realizados entre los años 1993 y 1995 por los investigadores de Irving.
Si bien éstos concluyeron en que las estructuras musicales del compositor vienés pueden ser de gran ayuda en los procesos de pensamiento. Don Campbell ha ido mucho más allá: sostiene que la música de Mozart puede potenciar espectacularmente la capacidad de aprendizaje de los niños menores de tres años. Sus planteamientos han cobrado tanta fuerza que en el estado de Florida la ley obliga a los niños de las escuelas públicas a escuchar música clásica.
Para Campbell, toda música tiene un potencial sanador. Bajo esa perspectiva, editó varios volúmenes de selecciones musicales tendentes a comprobar vivencialmente cómo y por qué vibraciones, ondas musicales, ritmos y sonidos, actúan sobre las células, los órganos vitales, la capacidad creativa y la salud. Esto es posible gracias a que el sonido viaja a través del aire en forma de ondas, impactando todo cuanto acaricia: agua, animales, plantas y seres humanos. Por lo tanto, sólo nos hace falta aprender a cambiar el tono, para mejorar la armonía o la naturaleza del medio a través del cual se transmiten tales ondas y vibraciones. De esta manera, podremos controlar el efecto que el sonido crea sobre nuestra piel, nuestros órganos y nuestras emociones.
En la actualidad, los científicos concuerdan en que hay diferentes tipos de música que pueden ser terapéuticas. Sin embargo, la obra de Mozart sobresale entre todas las demás formas musicales.

Mozart y su entorno

Mozart podía visualizar en su mente una composición entera antes de volcarla al papel. Su talento musical fue fruto de su propia esencia, pero también del contexto familiar en el que se desarrolló. Su etapa prenatal estuvo marcada por los acordes del violín de su padre, director de orquesta de Salzburgo, y las canciones y serenatas que le regalaba la voz de su madre, hija de un músico. Su hermana, además, era pianista. A los 6 años, Amadeus ya había compuesto su primera obra: Minueto y Trío para teclado. Sus biógrafos afirman que Mozart acostumbraba a acompañar el embarazo de cada uno de sus hijos, tomando delicadamente la mano de su esposa y susurrándole melodías tanto en su oído como en su vientre, mientras con la mano escribía alguna de sus composiciones.
Tomatis sostiene que el estímulo del contexto familiar en el que se desarrolló Mozart, aún desde antes de su nacimiento, le permitió codificar su música sobre los ritmos fisiológicos verdaderos, universales y cósmicos de un recién nacido. Gracias a ello fue capaz de ajustar sus composiciones a las modulaciones sentidas durante este período. “Mozart es la manifestación de la armonía misma, encarnada en su música. Y la trasciende. Tiene momentos de éxtasis, donde se lo percibe en verdaderos estados como de secreción, traspirando música, bajo la influencia de una especie de escritura espontánea que le impulsa a proyectar todo lo que le invade. Canta con su ser, vive con él, se encuentra a su propia disposición a pesar de él mismo”, explica Tomatis.
En virtud de ello, señala que la música de Mozart se caracteriza por tener al hombre como único instrumento, poniéndolo en resonancia y armonía musical con el universo. Sentimientos de seguridad permanente, sin momentos de ocio y con todo perfectamente ligado, donde el pensamiento se desarrolla libre de choques y sorpresas.
Las selecciones compiladas por Campbell transmiten accesibilidad. Se trata de ritmos fundamentales e insuperables, que ha sabido explotar de la mejor manera. Composición siempre de alto nivel, aparentemente fácil, incluso en su complejidad. Transmiten frescura y serenidad, al tratarse de un compositor joven, que también es capaz de provocar a quien lo escucha sensación de libertad y rectitud, que permite respirar y pensar con facilidad. Mozart evidencia el potencial creativo individual, haciendo sentir que se es el propio autor, ayuda a escuchar y poner en resonancia las propias vibraciones y el fluir del canto de cada ser humano. Transmite sentimientos de felicidad y perfección, transportando a otro universo; haciendo vibrar las fibras más sensibles y tomando conciencia del propio ser. Algo que no logra ningún otro compositor.
El trabajo de selección que ha realizado Campbell sobre la música de Mozart representa un conjunto altamente organizado de sonidos que sirven para estimular diversas áreas del cuerpo y de la mente. El ritmo particularmente rápido y sostenido tiene influencia sobre el sistema nervioso y la vida neurovegetativa, mientras que las frecuencias más agudas o “filtradas”, estimulan áreas del lenguaje y el pensamiento lógico-matemático. Pero también resulta una música especial para el espíritu.
En ese marco, el Efecto Mozart está basado en que los sonidos de sus melodías, tanto los simples y puros como los complejos y los de alta frecuencia, estimulan lo interno, produciendo estados de distensión neuronal propicios para la creatividad y el neocórtex y el sistema límbico. Ello provoca vibraciones cognitivas y emotivas que desembocan en el campo de la conducta de nuestros niños, e inciden directamente sobre la concentración, la atención y la memoria, fundamentales para el proceso de aprendizaje.

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